martes, 21 de octubre de 2008

Rompiendo el cordon umbilical...


Era un viejo edificio verde en forma de escuadra. Era de madera y el patio no tenía paredes, por lo que cualquiera que no era alumno podía entrar o cualquier alumno podía irse de capiuza sin mayor problema. Antes de cumplir los 6 años, cuando pasábamos frente a la escuela me causaba ansiedad porque sabía que algún día me llegaría el turno para entrar a la escuela. Las primeras letras me las enseñó mi padre. La instrucción paterna para la lectura fue rígida y no olvido el castigo que sufrí cuando en vez de decirle que la plana del día era la EME la respondí que era la mmmm.

Justo a los 6 años ingresé a la escuela Panamericana en la colonia Florida (z19). Era una escuela para varones donde asistíamos por las tardes porque por las mañanas la ocupaban las niñas. Allí estudié toda la primaria. Mi primer día de clases fue traumante. Como muchos, lloré cuando me desprendí de mi madre por causa de mi primera jornada de estudios. Saber que mi hermano mayor estaba en aquella misma escuela en tercer grado, no fue ningún consuelo para mi. No recuerdo el nombre de mi maestra de primero, aunque no tengo ningún mal recuerdo de ella.

Recuerdo a mi maestra de segundo, se llamaba Magda Odilia Farfán y era cariñosa y maternal con nosotros. Impactó mi vida tanto que me recuerdo de su nombre completo.
Durante segundo nos mandaron a otro espacio físico mientras demolían la vieja escuela de madera y construyeron la escuela que después tuvo la forma de un cuadrado con una sola puerta de entrada y donde ya nadie podía entrar o salir sin la debida vigilancia.

En aquella nueva escuela recibí la refacción escolar de la que hoy tanto hacen tanto alarde los políticos. Alianza para el Progreso nos trajo Avena, otros días nos trajo queso kraft que para aquellos años era un lujo. Algunas veces nos dieron solo leche y cuando corrimos con mas suerte nos dieron frijoles blancos. Mmm que buenas eran las refacciones porque muchas veces comíamos lo que no había en casa.

Luego vino tercero con la maestra Ondina y esa si que era ruda. Hoy, tendría que vérselas frente al Procurador de los Derechos Humanos. Nos pedía aprender de memoria las lecciones y llegado el momento los que no las sabían, eran parados en fila frente a áquel pizarron verde que al pegarse a él dejaba la huella blanca del yeso. Al final de la clase, ella agarraba su chicote de cola de caballo y pasaba con su fuerte brazo castigando las piernas de aquellos que no supieron decir que teníamos 1 frontal, 2 parietales, 1 occipital y el resto que aún hoy no recuerdo. Entonces en la ropa quedaba la huella del yeso y en las piernas las huellas del castigo. Cuando llegó octubre y vi mi certificado de tercero aprendí la palabra REPROBADO. Recuerdo que le pregunté a mi madre, ¿qué quiere decir REPROBADO? y por supuesto me la explicó y el certificado completó mi comprensión cuando leí que “no sería promovido de grado”. Esta parte no quiero que mi hijo la conozca, si no hasta que sea adulto, porque de saberla hoy la buscaría de justificación para perder un año.

Repetí tercero y no me recuerdo quien fue mi maestra. Los años siguientes ya no tuve problema. Había aprendido muy bien el significado de la palabra REPROBADO y sus consecuencias. Recuerdo de 5º y 6º. al profesor Marco Tulio Quiroa. Fue muy bueno, lastima que murió un año después que nos sacó de sexto, llegamos a tener tan buena relación que llegué a conocer su casa y a sufrir mucho cuando supe de su muerte.

Durante la primaria no tuve ninguna asignatura preferida, ni siquiera educación física, porque no me gustaba. Tenía temor de los juegos en equipo porque siempre me culpaban de la derrota o de mi torpeza al jugar cualquier deporte.

No me gustaba estudiar. Iba porque ni modo había que ir. Los únicos días bonitos eran los de principio de clases cuando estrenaba mis útiles nuevos. Pasados un par de días el encanto de lo nuevo desaparecía por la tortura del estudio. Como todo niño muchas veces desee ser grande para no estudiar. Creía que los adultos eran más felices.

Amigos preferidos en la escuela no tuve, solo mis vecinos de la cuadra, porque había un doble motivo, estudiábamos en la misma escuela y éramos vecinos.

Inmediatamente que salí de la primaria, mi madre me inscribió con sacrificios en el Aqueche. Como era un número grande de estudiantes en primero básico, nos pusieron en un anexo del Aqueche que habilitaron en el edificio del central para varones, frente al congreso. De aquel año recuerdo que en la tienda todos los días compraba polvorosas porque era para lo único que me alcanzaba. Creo que me aburrí tanto de ellas que ahora difícilmente las como. Creí que los estudios en básico los iba a ganar como en la primaria, sin mayor esfuerzo y no fue así. En octubre me enteré que perdí Mate y Musica. Me examiné de retrasadas en enero y como no las saqué mi madre me dijo ¡se acabó!
Se acabó la beca y entonces empecé a trabajar de lo que se pudo, lustrador, carpintero, tapicero, carnicero, etc.

Recuerdo que en aquel tiempo el lustre valía 5 centavos y cuando me daban 10 me ponía tan féliz. Hoy vale 3 quetzales y si el lustrador se lo merece le dejo 5, pensando que él sentirá aquella misma felicidad que yo sentía.

Cuando a mis 16 años tomé clara conciencia de la necesidad de estudiar, entré a un Instituto Nocturno de AEU, donde me relacioné solo con adultos. Me tocó sostener los estudios por mi mismo porque mi madre fue fiel a su sentencia. Nunca más me volvió a ayudar para el estudio. Y por supuesto creo que esa medida fue la que me hizo valorar mi inversión en la educación. Allí saque mis 3 años de básico con excelentes notas, a pesar del trabajo diario. Allí aprendí el ABC de la revolución y por esa causa un día el director nos expulsó a un grupo de estudiantes que no acatábamos sus normas.

Mi niñez fue feliz en la medida de las circunstancias.

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