martes, 21 de octubre de 2008

Las hormonas comienzan a despertar...


Por los años 60 y 70 la palabra adolescencia no era muy escuchada en el medio donde crecí. De tal forma que ni supe cuando empezó ni cuando terminó. El bigote heredado de mi padre, empezó a ser más notable cuando tenía trece años. Empecé a notar que mi voz cambiaba. Con frecuencia se escapaban aquellos gallos que provocaban la burla y la mofa de los mayores. Los que estábamos en esa edad ni cuenta nos dábamos del concierto de gallos que habían llegado a vivir al vecindario. De todos los vecinos de la cuadra, mi mejor amigo fue “el negro”. Se llamaba Fernando. Vivía a 2 casas de la nuestra y era el hijo de la señora que nos proveía diariamente las tortillas. El negro jugaba bien al futbol y siempre quiso ser cantante. Siempre vivía tarareando canciones románticas. Le gustaba impostar la voz y deleitarnos con las baladas que estaban de moda. Su canción favorita era "El bardo". Una canción que hablaba de un joven enamorado no correspondido. Cuando el negro probó la bebida, la hizo su compañera y se volvió alcohólico hasta la muerte.

Iba a algunos "repasos" (fiestas organizadas en casa donde la musica sonaba en una vieja radiola)que organizaban en la colonia pero me daba miedo el rechazo y muy pocas veces me sentí con valor de sacar a bailar a alguna patoja. Que bueno que en aquella época ya se bailaba suelto y bastaba con moverse un poco y repetir algunos pasos de esos que veíamos en la tele.

Me ví cautivado por la moda de los pantalones acampanados. Hubo una vez que me hice unos pantalones con un pijazo en el ruedo que contrastaba con tela de otro color que podía lucirse cuando éste se abría. Por supuesto que hubo también pelo largo. Creo que las puntas de mi pelo llegaron a rozar mis hombros. Todavía queda por ahí alguna foto que atestigua que algún día tuve más pelo de lo que hoy queda. Era en ese pelo largo que mi madre confirmaba que había salido con pelo quebrado igual que mi padre. Me gustaba la música en español más que en inglés. El deseo de un "long play" de Sandro, de Leo Dan, Cesar Costa, Enrique Guzman o de Angelica María nunca faltó. Tenía un tocadiscos portátil que cuando se trababa no había más que echarle una manita para seguir con la canción. Aunque no sabía más inglés que el de los básicos, me gustó la música del Credence Clearwater. La que mas recuerdo es la de María la Orgullosa. De los Bee Gees también la Fiebre del Sabado por la Noche y los pasos del John Travolta. La Blanca Palidez, melodía instrumental, también hizo que mis emociones se aquietaran en aquellas noches cuando me preguntaba hacia donde voy y que quiero de la vida?


Mi primera ilusión

A los once años mi madre me inscribió en una academia para aprender a escribir a máquina. La academia se llamaba El Quetzal y quedaba como a 4 cuadras de la casa. Yo asistía todos los días por una hora durante la mañana, ya que por las tardes iba a la escuela.

En aquel tiempo las máquinas eran mecánicas (como la máquina antigua que tenemos en casa), esto ocurrió más o menos en el año 1965, nosotros ni siquiera conocíamos las computadoras en ese tiempo y no estoy seguro si ya se habían inventado.

Mi profesor de mecanografía se llamaba Raúl, era una persona muy sería y estricta pero siempre amable. Siempre estaba vestido de un traje azul, no usaba corbata y siempre lucía presentable. En el salón había unas 20 o 30 máquinas de escribir y en ciertas horas todas estaban ocupadas. Cuando eso ocurría aquellas viejas máquinas de marca Ralda o Remington sonaban al unísono como en un concierto de letras del alfabeto que marchaban para formar las palabras de aquella letanía.

Utilizaba un “método”. Una especie de libro donde teníamos las instrucciones de lo que había que hacer diariamente. Sobre el mismo, el profesor ponía con un sello, la fecha de la lección del día. Para atestiguar la fecha también estampaba el mismo sello en la hoja de papel periódico donde se había escrito el ejercicio de práctica. Al principio era tedioso porque recuerdo que teníamos que aprender a colocar las manos sobre el teclado y los dedos índices se colocaban, el izquierdo sobre la letra “F” y el derecho sobre la “J”…. la primera lección era fj fj fj fj fj fj…. Después de escuchar el taca ta taca taca ta taca hasta llenar la página venía la sellada del método y de la hoja. Si había más de cierto número de errores había que repetir la página. Con el tiempo la práctica se tornaba mas interesante porque tenía que hacer párrafos y luego cartas y más tarde tabulaciones. Si Bill Gates hubiese nacido unos 50 años antes que fácil hubiera hecho nuestras vidas con el microsoft y el Windows.

Estuve por 2 años para sacar el título de MECANOGRAFO, cuando concluimos hubo graduación, fiesta y me entregaron un título que recuerdo era muy grande. Casi del tamaño de los que entregan hoy en la universidad. Recuerdo que llegué a escribir más de 40 palabras por minuto y el secreto estaba en no ver el teclado para escribir, los dedos tenían que recordar que letras debían presionar, generalmente las que están más cercanas, a esto le llamaría hoy “memoria digital”

En la academia conocí a una niña que se llamaba Rosa Janeth. Me gustaba llegar a la misma hora para verla. No se cuando empecé a darme cuenta que me gustaba… era morena clara, tenía su pelo largo y una cara de inocencia que invitaba a volverla culpable. A veces estaba de uniforme de diario porque en las mañanas asistía a la academia y en las tardes al colegio. Talvez era uno o dos años mayor porque estaba en primero básico y yo todavía en sexto. Con el tiempo descubrí que Rosa Janeth vivía como a 2 cuadras de la academia. En su casa había tienda y algunas veces me gustaba pasar frente de la tienda para ver si la veía en el mostrador. La cámara lenta no me ganaba mientras pasaba frente a la puerta. Nunca hablamos mayor cosa, más que saludarnos con buenos días. Alguna vez me regaló una amable sonrisa como esa que se adivina en el retrato de la monalisa.

Para el 15 de septiembre el colegio siempre organizaba un certamen para elegir a una reina que salía en el desfile luciendo su belleza sobre una carroza. Esa vez le tocó a Rosa Janeth ser candidata. Para ganar necesitaba vender el mayor número de votos. Cada voto valía 2 centavos. Por supuesto que aproveche reunir todos los centavos que me fue posible para comprarle votos y lograr que ella ganara la elección. El deseo de verla como reina me llevó a quedarme con los vueltos de los mandados que mi madre me pedía. Creo que no fui ajeno al “gavetazo” de aquellos centavos que encontré mal puestos en la casa. Hoy no recuerdo si ella ganó el reinado pero sigo creyendo que merecía ser una reina porque era, según yo, la más hermosa. En aquel tiempo sonaba una canción que se llamaba “Amor de Estudiante” que me gustaba y sentía que coincidía con aquella nueva emoción que estaba experimentando con Rosa Janeth. Me parecía que la letra de la canción encajaba palabra por palabra con mi historia de amor de aquellos años.

Todas las navidades cuidaba a los bolos de mis amigos que siempre eran mayores. Doña Ofe donde nos reuníamos en esas fechas, fue testigo de mi primera parranda con sus hijos Virgilio y Juan. Aquella jauría de amigos fue feliz contando que Otto por primera vez se había echado los tragos.

La experiencia de beber no fue buena. Nunca aprendí a beber por placer como todos. Las pocas veces que lo hice fue para dejar escapar de mi a un personaje distinto al que se veía en la sobriedad. Feliz, bailando y bromeando hasta terminar en un llanto al recordar los pasajes tristes de mi vida.

Tenía 16 años cuando mis amigos con más experiencia se dieron cuenta que yo le gustaba a Violeta. Una chica flaca que me miraba de una forma extraña y que siempre trataba de hablar conmigo. Creo que una apuesta con mis amigos me llevó a pedirle que fuera mi novia. Nunca sentí nada por ella y aquel primer beso aprendido en la tele se hizo realidad. En ese tiempo pasaban en la radio un programa donde los oyentes mandaban cartas narrando sus historias de amor. El locutor con mucha elocuencia las leía, hacía los diálogos de las parejas y al final incluía un bolero que le solicitaban. Aquel programa se llamaba “boleros inolvidables”. La fui a encaminar a su casa y al estilo de boleros inolvidables le pedí que me diera ese beso que para ella fue su realización y para mi solo una nueva experiencia.

Después seguí con la hermana de Otto, la hermana de Daniel hasta llegar con la novia de Otto. Fue ahí donde aprendí a no ser celoso y a compartir.

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