martes, 21 de octubre de 2008

Amigos y juegos...


Casi toda mi infancia la viví en nuestra casa de la Florida en la zona 19 de Guatemala, no vayan a pensar que en Miami. Aquella casa construida al frente. Circulada por troncos de izote y palos de jocote de corona que fueron sembrados para advertirle a los vecinos que esa era la frontera entre su casa y la nuestra. Con frecuencia subíamos a los jocotales, con sal en mano para saborear desde la galería de una rama, las tiernas hojas que sabían igual que un jocote de esos verdes de corona. De esos que provocan que todos los músculos de la cara entren en movimiento como consecuencia del efecto que causa el sabor ácido en el paladar.

Tenía tres hermanos. Uno mayor y 2 menores. Podíamos salir a la calle sin ninguna limitación. Las únicas condiciones que teníamos era regresar a las horas de comida, antes de las 10 de la noche y no arruinar ropa ni zapatos. Por las noches acostumbrábamos ir donde don Carlos a ver tele. El cobraba un centavo para que a partir de la 6 o 7 pudieramos entrar a una improvisada luneta que había en la sala de su casa, donde un par de ladrillos y una tabla hacían las veces de banca para soportar a varios niños comiendo chocos, helados o cualquier cosa de las que allí mismo vendían. Habían chocobananos, chocopapayas, chocopiñas, hasta chocopan de manteca llegaron a inventar aquellos improvisados mercaderes. Los días de las mejores series de televisión se formaban hasta 4 bancas llenas de niños. En aquella tele en blanco y negro conocimos a aquel llanero solitario que provocaba que al día siguiente muchos de nosotros con antifaz negro y montados en un palo de escoba, que hacía las veces de caballo, corrieramos gritando “ballo silver”. Conocimos a los pica piedras y a los supersónicos que eran las mejores caricaturas de aquel tiempo. Mirábamos Bonanza y el Gran Chaparral para ponerse su buena dosis de violencia y emoción a la noche. Aquel super agente 86 que mostraba exageraciones para aquel tiempo pero realidades hoy. Como el zapato que ocultaba un teléfono inalámbrico o las puertas que tenían un sensor y se abrian automáticamente sin siquiera tocarlas.

En cualquier noche de función, de repente se oía un ruido extraño que no provenía de la televisión. Y alguien preguntaba Mucha quien fue? Puf como hiede! A la mucha, ese comió indio y ni siquiera los caites le quitó! o El primero que lo sintió bajo la cola le salió!

En la medida que cada familia fue adquiriendo su propio televisor aquel alegre cine improvisado fue disminuyendo.

Mi papá tenía un amigo que trabajaba en El Tirador. Este le dijo un día: te puedo traer una tele de demo y si te gusta la compras y si no la devolvemos. Que alegría. La pusimos sobre un ropero y aunque era pequeña, durante unos quince días no tuvimos que ir donde don Carlos. Teníamos nuestra propia tele y podíamos ver a la hora que quisieramos y por supuesto la programación que más nos gustara. Que bueno que en aquel tiempo a los canales no les daba para funcionar las 24 horas del día porque si no aquello se hubiera vuelto permanencia voluntaria. Lamentablemente mi padre hizo sus números y no le alcanzaba para los abonos de la tele que los apuntaban en unas tarjetas celestes o amarillas que llevaba un motorista para cobrar. Tuvo que devolver la tele y otra vez tuvimos que ir a la de un len cuanto teníamos.

En nuestra colonia habían 2 cines con pura luneta. Una era el REX y el otro era ALEX. Estaban como a 5 cuadras de mi casa y muy cerca uno del otro. Hoy en día el que era el ALEX alberga a una despensa familiar. El otro me parece que lo han vuelto una casa. El REX era el de mas cashé y valía 25 centavos los domingos en la tarde y exhibían 2 películas. Allí conocí a Pepe el Toro, los Ricos también lloran, al Enrique Guzman y a la Angelica María. Me gustaban las de vaqueros, esas que emulaban a Pancho Villa y a Gabino Barrera. Entre cada película había un intermedio y uno podía levantarse a la improvisada tienda a compras bebidas y chucherias.

El otro cine. El Alex, ese era más gacho. Olía a creolina y creo que valía como 10 centavos. Cuando la economía familiar no andaba muy bien, ni modo teníamos que ir al ALEX aunque no era de nuestra preferencia. En este hacían una actividad que le llamaban beneficio y por 5 centavos exhibían varias películas. Aquellos beneficios eran kilométricos, en ellos venían los 3 chiflados, chucho el roto, y otros que ustedes podrán recordar de aquel tiempo.


Con mis hermanos jugamos capirucho. Los haciamos con aquellos carrizos de madera, desgastando un extremo con chay (pedazo de vidrio) para hacerle el sombrerito y el otro extremo reducido a pura cuchilla para poner la pita. Un palito al extremo de la misma y listo a jugar los cienes de los que no fui “callo”.

Jugabamos también chamuscas en la calle con pelotas de trapo y algunas veces de las medias que a los doñitas les sobraban porque se les había ido un hilo. Por cierto nunca supe a donde se les iba pero las escuchaba decir se me fue la media.

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