martes, 21 de octubre de 2008

La ciudad donde viví....


Nací en la capital. He vivido aquí durante toda mi vida. He sido testigo de la transformación que ha sufrido la ciudad a lo largo de cincuenta años. Al principio vivimos en la zona 4 y cuando yo tenía 3 o 4 años nos mudamos a la colonia Florida, donde viví hasta los 36 años. Después y hasta la fecha viví en zona 7 y zona 11.

Tomar una camioneta # 7 de la línea EGA, que por cinco centavos nos llevaba desde la Florida hasta el Parque Central en zona 1 o Ciudad nueva en zona 2, donde quedaba “el extremo” (así se llaman los lugares donde inicia o termina una ruta de camionetas urbanas). De la zona 1 vienen a mi mente aquellos paseos por la sexta avenida. Bajarse de la camioneta en el Portal del Comercio frente al Parque Central y empezar a caminar por toda la sexta avenida hasta llegar a la dieciocho calle. Era alegre vitrinear o por la sexta hasta el parque Gómez Carrillo o por la quinta desde dicho parque hasta la dieciocho calle. En aquel tour peatonal era posible detenerse en Mixtas Frankfurt para saborear unas mixtas y una agua gaseosa. En la 18 calle había un restaurante que se llamaba El Zócalo, donde nuestros padres eventualmente nos invitaban a comer. Allí nos disputábamos con mis hermanos la deliciosas boquitas con las que acompañaban alguna bebida que mi padre ingería. Había un almacén que se llamaba Los Regalitos donde siempre mis padres buscaban el regalo para alguna pareja que había decidido contraer matrimonio. Era un almacén donde vendían de toda clase de útiles para el hogar, especialmente cristalería, peltre, china, etc. Allí en la dieciocho también mi madre solía buscar en Calzado Condal un par de zapatos de esos elegantes que usaba en ocasiones especiales.

En aquel tiempo mi mamá iba al mercado casi todos los días. Era allí donde se compraba todo lo necesario para la casa. Aunque Paiz ya existía en la zona 1 y posteriormente en Utatlán, a mis padres les parecía que los precios en el mercado eran más favorables. Ir a Paiz era como hacer un tour anual para buscar algún objeto muy especial o para conocer que novedades habían llegado al país.

El Obelisco, Las Américas o a la Reforma eran lugares para un paseo dominical. De esos paseos que se podían hacer una vez al mes o de vez en cuando.

La gente mas adinerada vivía en la zona 10. Hablar de zona 10 antes era como hablar hoy de ciertos sectores de Carretera a El Salvador o de zona 16. La zona 10 era un sector residencial donde se podían ver casas muy bonitas en medio de terrenos grandes. Cuando algunos personajes empezaron a mudarse a Carretera a El Salvador, vendieron sus propiedades para la instalación de restaurantes o de grandes edificios modernos.

En la zona 4 había un edificio construido en una cuchilla sobre la séptima avenida. Me imagino que por eso le pusieron por nombre El Triángulo. Este edificio llegó a ser punto de referencia para muchos encuentros de parejas, de negocio o simplemente punto de coincidencia para que los amigos se encontraran antes de ir al cine o a echarse los tragos.

Recuerdo que vi la construcción del edifico de Finanzas Públicas y todavía ví la Penitencieria Central que se encontraba donde hoy está la Torre de Tribunales y la Corte Suprema de Justicia. En ese recinto se albergaba a todos los hombres que por alguna razón pagaban las sentencias que cobraban el precio de años de cárcel por algún delito cometido. En dicho lugar mi padre estuvo preso por mas de dos años a causa de haber sido detenido por comerciar con aguardiente clandestino. En esa carcel solo dejaban entrar a las mujeres y a los niños menores de cierta edad. Por supuesto los hombres adultos entraban pero solo podían verse con los presos a través de una malla metálica donde juntaban las palmas de sus manos a manera de saludo. Todos los días mi abuela me enviaba con unas portaviandas que llevaban el menú del almuerzo y de la cena. Al día siguiente se repetía la escena, dejaba los nuevos menus y me devolvían los trastos sucios del día anterior. Esto para evitar que recibiera el “rancho” que allí ofrecían. Dicen que el rancho incluía arroz y frijoles que era recibido en botes que un día sirvieron de depósito para comida enlatada. Todos los domingos lo visitabamos y tuve la oportunidad de conocer algunas historias de la carcel. De esas que dan miedo y que te encaran con el dolor y la maldad. Cuando desocuparon dicha Penitencieria, antes de demolerla la abrieron al público. Por unos cuantos centavos, cual museo del terror podía uno entrar y conocer bartolinas, sectores de confiscación de reos y hasta el famoso “Triángulo” donde se separan a los reos mas peligrosos de aquel lugar. Por supuesto que yo pagué mis centavos para entrar a conocer aquellos lugares que solo por las historias conocía. No puedo borrar de mi mente la curiosidad, la nostalgia y la tristeza con la que recorrí palmo a palmo cada uno de los recintos de aquella carcel. Aquellas notas escritas en las paredes por los presos eran conmovedoras. Aquello que solo se veía en las películas podía verse crudamente en aquella visita masoquista.

El edificio de la Muni ya existía y había mas burocracia de la que hoy podemos ver. Hoy te ofrecen café y música de marimba, mientras que antes de ofrecían gritos y ofertas de corrupción para hacer los trámites más rápidamente.

El Palacio Nacional era utilizado para albergar las oficinas de todos los ministerios del gobierno. Había unos rótulos negros con orilla plateada y unas letras que identificaban el ministerio o la institución de gobierno. Dichos rotulo estaban colocados en el dintel de aquellas puertas que para mi estatura me parecían cual gigantes bocas que se abrían para tragar un expediente o un reclamo o una audiencia en busca de una gestión justa o un favor inmerecido.

La ciudad ha cambiado mucho. Las ventas informales han inundado las banquetas de los principales paseos de la zona 1. Nos da miedo ir “al centro” porque la violencia y la contaminación se han apoderado de las calles, las avenidas y las hermosas residencias que hoy forman parte del centro histórico, calificado como patrimonio cultural del país.

Ha llegado la tecnología, las gradas electricas y los centros comerciales. Han aumentado los vehículos de tal forma que las calles ya no alcanzan para movilizarse en las horas pico. Ahí esta la Municipalidad tratando de rescatar aquellos lugares de antaño que remueven la nostalgia y el recuerdo.

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