martes, 21 de octubre de 2008

Las casas de mi infancia...


Aquel lugar me parecía divertido, tenía tanto espacio que podía moverme de un lado a otro y eso podía tomar mucho tiempo, talvez horas, no lo sé, me ayudaba con una larga cuerda, a veces braceaba, a veces me colgaba de ella y otras me balanceaba como si estuviera en un columpio. Dicen que los primeros dos meses me apodaban embrión y después me llamaron feto. Más tarde no se como me decían. Me sentía tan cómodo en aquella casa, a veces había mucho movimiento y otras veces reinaba la calma. Fui el segundo inquilino en aquella casa, mi hermano mayor la habitó primero. Allí aprendí a jugar con mis manos y mis piernas, ni siquiera tenía conciencia de mis extremidades pero me servían para empujarme y para dar vueltegatos. Aprendí a conocer los sentimientos mas profundos de mi madre cuando oía el cambio de la frecuencia del pum pum de su corazón. Alli, sin tener entrenador aprendí a nadar hasta que el ambiente fue reduciendose o más bien sin percatarme era yo el que había aumentado de largo y de grueso.


Colonia Lima

Cuando me expulsaron de mi primera casa, fui inquilino temporal de un sanatorio llamado “materno infantil”, ni siquiera tenía conciencia del lugar, pero apenas duré allí 2 o 3 días.

Mis padres y mi hermano mayor Vivian en un sector de la zona 4 llamado colonia Lima, a pocos pasos de donde hoy se encuentra 4 grados norte. No puedo recordar como era el ambiente en aquella casa, al principio solo veía sombras que se movían y apenas podía discernir los colores, con estos ojos que venían con una sentencia de miopía y astigmatismo, no se si por causa de él o de ella o talvez de ambos. Ni siquiera recuerdo a aquel niño –mi hermano- que se acercaba a mí con la curiosidad de saber como era y con la intención de jugar conmigo como si fuera un muñeco al que se puede jalar y llevar y traer.

Tampoco recuerdo como me movieron, solo se que a los 3 años ya vivía en una colonia llamada Santa Marta, allá por la zona 19, muy cerca de la Florida.

Vivíamos en un cuarto de esos que se anunciaban en los barrios por medio de un rotulo de lata o de cartón, colocado en una ventana que decía “se alquila cuarto a pareja sin niños”. Para aquel tiempo ya éramos tres varones. Quizás como consecuencia de un alboroto que tuvieron nueve meses antes mis vecinos de cama, mis padres.

Solo teníamos un espacio adicional que servía de cocina y comedor. La mesa era de madera de pino cubierta con un carpeta plástica, de esas que evitaba que los constantes derrames de tres traviesos niños provocaran su pronto deterioro. Mi madre cocinaba con gas corriente de ese que se compraba en la tienda por galón o por botella. Los juegos con mis hermanos iban desde los carritos que funcionan con el motor de un par de labios relajados soplando hacia fuera trrrrrrrrrr trrrrrrr, de esos que no reconocían las señales de transito y que pasaban sobre muebles, sobre el piso, o sobre lo que encontraran a su paso. Eso cuando estábamos adentro y si estábamos afuera, de esos que pasan por encima de las loderas o los capós de los automóviles que se encontraban parqueados en el vecindarios, talvez sonaba divertido el rechinido de las llantas del carrito sobre aquella superficie brillante y de color que atraía.

Mi hermano menor vivía en un cajón de esos de madera, que creo que servía para empaque, seguramente mi papá lo había traído de la aduana central donde trabajaba Ese cajón hacia las veces del corral donde los niños aprenden a sentarse y a dar sus primeros pasos agarrados del cuadrilátero que forman sus paredes.

El único que estrenó ropa, juguetes y accesorios de bebé fue mi hermano mayor, ya que los ex patrones de mi madre, de la casa donde había sido niñera, vivían en una condición económica que les permitió regalarle cuna, araña en aquel tiempo, andador hoy, juguetes, hasta los nombres le ayudaron ellos a escoger a mis padres. Cada vez que nacía un hijo les daban una lista de nombres que rimaban con el apellido ENRIQUEZ, según ellos. A mi hermano mayor le llamaron CESAR AUGUSTO, a mi hermano menor JULIO ROLANDO y a mí OTTO RENE. De esa cuenta hoy puedo hacer chiste que mi primer nombre es de origen alemán, el segundo es francés, mi apellido paterno español y el materno que denuncia mis raíces mayas: CAYAX.

Cuando esta casa se quedó sin techo por causa de un huracán, tuvimos que emigrar a la casa de un amigo de mi padre, quien como a refugiados nos acogió en un cuarto de su casa en la Florida, mientras pasaba la emergencia. Aquella emergencia se alargó unos dos o tres años y don chepe tuvo que soportar 3 muchachitos destruyendo su casa y a un cuarto que venía en camino.

Mi cuarto hermano nació cuando aún vivíamos en la casa de don Chepe. Recuerdo su imagen antes que cumpliera un año, había un clavo en el patio de la casa, que le servía de ancla a aquel andador que sacaba ya su cuarto turno para servir de equilibrio a un niño que estaba a punto se soltar la andada, como decían mis padres.

Por fin mi papá logro comprar un lote allí mismo en la Florida, haciendo una sociedad con una mi tía materna, para que cada uno tuviera derecho a medio lote. En su medio lote, él, como era albañil, con sus propias manos, en jornadas de fin de semana, construyó un cuarto de adobe para usos múltiples. Servía de dormitorio, de sala y de comedor. Dejó un corredor que servía de cocina mientras no llovia. Por fin teníamos casa propia con un terreno inmenso de 10 x 30, de esos que ahora ya no se logra encontrar.

El baño de aquella casa le llamaban inodoro y era un pozo ciego que quedaba hasta el ultimo metro del lote. Estaba cubierto por paredes con adobe de canto, cubierto hasta la altura que el pudor requería. Mientras el usuario estaba de pie tenía vista panorámica hacia fuera. Mientras el usuario estaba sentado parecía que no había nadie en dicho recinto.

Durante el verano el agua potable se acarreaba de unos chorros públicos donde había que hacer cola para traer el agua en aquellos botes que un día habían servido para guardar en la tienda la manteca vegetal o talvez la de coche. En el invierno era mas divertido porque de la canal que recogía el agua llovida del techo, se juntaban toneles de agua, que luego servían de piscina para el baño semanal que tocaba en día lunes.

En esa epoca ya podíamos compartir con mis hermanos y vecinos otros juegos como las chamuscas en aquella calle polvorienta en el verano y lodosa en el invierno que no conocía los drenajes y mucho menos el asfalto. Las corrientes de agua que bajaban por aquellas calles erosionaban la calle, pero hacían el río propicio para que nuestros barcos de papel compitieran hasta donde la vista podía alcanzar después que eran arrastrados.

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